(Fotos: 1, 2, 3. Mis amigos y mi familia se ríen de la desgracia. 4. A mí no me hizo tanta gracia).
En la calle del Barco han abierto local en el que venden pizzas cuadradas. Vas ahí y pides una porción de pizza que se recorta del bloque nodriza con unas tijeras. Después lo pesan y, como la cantidad de masa es azarosa, te cobran una cantidad que tiene muchas cifras centesimales, así que te dan esos malditos céntimos microscópicos que se te pierden para siempre en las profundidades de los bolsillos. Y estos huecos que tienen los pantalones son como las cordilleras submarinas; atrapan entre sus pliegues a los galeones del siglo XVI o las cajas negras de algunos fatídicos aviones que se aventuraron a cruzar el océano Atlántico.
He pasado muchos años deambulando por estas calles de Malasaña, en Madrid, y me resultan muy familiares y quizá es el lugar adecuado para recibir noticias terribles, puesto que, para mí, todo proyecto vital suele aparecer en el entorno de estas calles y suele también morir aquí, a veces incluso años después de haber sido inventado. Así ocurrió con los energéticos Staygold Ponyboy y con mi última banda de música: los increíbles Campamento Ñec Ñec. Ambas comenzaron una noches de desvarío sobre los adoquines de este barrio y tiempo después vinieron a extinguirse sobre los mismos adoquines o, mejor dicho, a tres metros bajo el nivel del suelo, enterrados en el Freeway.
Ahora atravieso las calles y las plazas con la mirada aún desenfocada, como el que viene de un viaje intergaláctico y tiene dilatadas las pupilas por la acumulación de soles en la retina. He vuelto temporalmente de un largo viaje que me ha retenido más de un año en tierras de Abisinia. He tratado de reflejar a través de dos documentales la asombrosa historia del atletismo etíope.
Es Agosto y es Madrid. María, Guille y José están conmigo. Un día, José, regresaré de África y volveremos a hacer un grupo de punk. Un día, María, regresaré de África y tendremos una casa donde imaginaremos miles de futuros. Un día, Guille, regresaré de África y rodaremos otra película, y tú serás el protagonista.
Entonces pedimos unas pizzas cuadradas y suena mi móvil. En la pantalla parpadea un prefijo alemán.
- Miguel, ¿estás sentado o de pie?
Reconozco la voz de ultratumba de El Nota. (A decir verdad, Daniel Taye Workou es una versión semi – negra del Gran Lebowski, The Dude, El Nota…)
- Miguel, ¿estás sentado o de pie?
Daniel Taye Workou es un tío alto, bonachón. No sé para qué usa gafas porque su mirada siempre despega por encima de ellas. Es también un tipo oscuro, fan de Bob Marley y con un sentido del humor que coincide bastante con el color de su piel.
- Miguel, ¿estás sentado o de pie?
Daniel Taye Workou voló a Frankfurt a principios de Agosto en un avión de Ethiopian Airlines. Con él viajaba una bolsa que contenía: un ordenador portátil marca Macintosh, las 25 horas de grabación de nuestro documental sobre atletismo etíope en cintas HDV, unos panfletos en color de Menged, la película con la que ganó el Festival de Berlín en el año 2006, un disco duro portátil marca Lacie y un paquete de pañuelos de papel de marca italiana. Daniel Taye Workou cogió un tren que le tenía que transportar desde la ciudad de Colonia, en Alemania, hasta la ciudad de Bruselas, en Bélgica (Europa). El tren es rápido y sólo efectúa una parada. Daniel Taye Workou se dirigía a un estudio de edición donde se digitalizarían las cintas de nuestra película y se comenzaría una estructura y orden de montaje. Cuando subió al tren, Daniel Taye Workou identificó su asiento numerado, se acomodó, y depositó junto a él la pequeña maleta con cosas importantes. En una fracción de segundo, como si el asiento del tren hubiese transitado a escasos centímetros de un micro agujero negro, Daniel miró hacía su izquierda. El micro agujero negro se lo había tragado todo. Es decir: todo.
Los cacos belgas son extremadamente sigilosos. En una centésima de segundo pueden robarte más de año de trabajo e ilusión. Ya no hay documental, amigos, se desvaneció, se esfumó, se volatilizó. Así como vino súbitamente a nuestras mentes un día de abril, hace algunos años, flotando desde la laringe del escritor Nacho Docavo hasta nuestros oídos, así como vino, se fue. Para los oídos más rudos y para los niños y niñas que se asoman ocasionalmente a este blog: las cintas, las únicas cintas del documental han sido robadas. (Por cierto, sabed que si en vuestro duermevela nocturno frente a la televisión veis algún día extraordinarias imágenes que hablan sobre niñas corredoras en Etiopía, pensad que esos fotogramas un día pertenecieron al trabajo fotográfico de Israel Seoane).
- Miguel, ¿estás sentado o de pie?
Estoy de pie. No me voy a sentar; los adoquines están demasiado calientes y no quiero quemarme el culo. Mi amigo Daniel Taye Workou también está de pie. Voy a caminar hacia arriba, por una cuesta muy empinada. Mis abductores responden muy bien y me transportan, me transportan… porque son ágiles y porque hay un bar que me gusta y está sólo a cinco minutos.
He pasado muchos años deambulando por estas calles de Malasaña, en Madrid, y me resultan muy familiares y quizá es el lugar adecuado para recibir noticias terribles, puesto que, para mí, todo proyecto vital suele aparecer en el entorno de estas calles y suele también morir aquí, a veces incluso años después de haber sido inventado. Así ocurrió con los energéticos Staygold Ponyboy y con mi última banda de música: los increíbles Campamento Ñec Ñec. Ambas comenzaron una noches de desvarío sobre los adoquines de este barrio y tiempo después vinieron a extinguirse sobre los mismos adoquines o, mejor dicho, a tres metros bajo el nivel del suelo, enterrados en el Freeway.
Ahora atravieso las calles y las plazas con la mirada aún desenfocada, como el que viene de un viaje intergaláctico y tiene dilatadas las pupilas por la acumulación de soles en la retina. He vuelto temporalmente de un largo viaje que me ha retenido más de un año en tierras de Abisinia. He tratado de reflejar a través de dos documentales la asombrosa historia del atletismo etíope.
Es Agosto y es Madrid. María, Guille y José están conmigo. Un día, José, regresaré de África y volveremos a hacer un grupo de punk. Un día, María, regresaré de África y tendremos una casa donde imaginaremos miles de futuros. Un día, Guille, regresaré de África y rodaremos otra película, y tú serás el protagonista.
Entonces pedimos unas pizzas cuadradas y suena mi móvil. En la pantalla parpadea un prefijo alemán.
- Miguel, ¿estás sentado o de pie?
Reconozco la voz de ultratumba de El Nota. (A decir verdad, Daniel Taye Workou es una versión semi – negra del Gran Lebowski, The Dude, El Nota…)
- Miguel, ¿estás sentado o de pie?
Daniel Taye Workou es un tío alto, bonachón. No sé para qué usa gafas porque su mirada siempre despega por encima de ellas. Es también un tipo oscuro, fan de Bob Marley y con un sentido del humor que coincide bastante con el color de su piel.
- Miguel, ¿estás sentado o de pie?
Daniel Taye Workou voló a Frankfurt a principios de Agosto en un avión de Ethiopian Airlines. Con él viajaba una bolsa que contenía: un ordenador portátil marca Macintosh, las 25 horas de grabación de nuestro documental sobre atletismo etíope en cintas HDV, unos panfletos en color de Menged, la película con la que ganó el Festival de Berlín en el año 2006, un disco duro portátil marca Lacie y un paquete de pañuelos de papel de marca italiana. Daniel Taye Workou cogió un tren que le tenía que transportar desde la ciudad de Colonia, en Alemania, hasta la ciudad de Bruselas, en Bélgica (Europa). El tren es rápido y sólo efectúa una parada. Daniel Taye Workou se dirigía a un estudio de edición donde se digitalizarían las cintas de nuestra película y se comenzaría una estructura y orden de montaje. Cuando subió al tren, Daniel Taye Workou identificó su asiento numerado, se acomodó, y depositó junto a él la pequeña maleta con cosas importantes. En una fracción de segundo, como si el asiento del tren hubiese transitado a escasos centímetros de un micro agujero negro, Daniel miró hacía su izquierda. El micro agujero negro se lo había tragado todo. Es decir: todo.
Los cacos belgas son extremadamente sigilosos. En una centésima de segundo pueden robarte más de año de trabajo e ilusión. Ya no hay documental, amigos, se desvaneció, se esfumó, se volatilizó. Así como vino súbitamente a nuestras mentes un día de abril, hace algunos años, flotando desde la laringe del escritor Nacho Docavo hasta nuestros oídos, así como vino, se fue. Para los oídos más rudos y para los niños y niñas que se asoman ocasionalmente a este blog: las cintas, las únicas cintas del documental han sido robadas. (Por cierto, sabed que si en vuestro duermevela nocturno frente a la televisión veis algún día extraordinarias imágenes que hablan sobre niñas corredoras en Etiopía, pensad que esos fotogramas un día pertenecieron al trabajo fotográfico de Israel Seoane).
- Miguel, ¿estás sentado o de pie?
Estoy de pie. No me voy a sentar; los adoquines están demasiado calientes y no quiero quemarme el culo. Mi amigo Daniel Taye Workou también está de pie. Voy a caminar hacia arriba, por una cuesta muy empinada. Mis abductores responden muy bien y me transportan, me transportan… porque son ágiles y porque hay un bar que me gusta y está sólo a cinco minutos.