jueves, 20 de agosto de 2009

Un inesperado y fatídico game over...









(Fotos: 1, 2, 3. Mis amigos y mi familia se ríen de la desgracia. 4. A mí no me hizo tanta gracia).

En la calle del Barco han abierto local en el que venden pizzas cuadradas. Vas ahí y pides una porción de pizza que se recorta del bloque nodriza con unas tijeras. Después lo pesan y, como la cantidad de masa es azarosa, te cobran una cantidad que tiene muchas cifras centesimales, así que te dan esos malditos céntimos microscópicos que se te pierden para siempre en las profundidades de los bolsillos. Y estos huecos que tienen los pantalones son como las cordilleras submarinas; atrapan entre sus pliegues a los galeones del siglo XVI o las cajas negras de algunos fatídicos aviones que se aventuraron a cruzar el océano Atlántico.

He pasado muchos años deambulando por estas calles de Malasaña, en Madrid, y me resultan muy familiares y quizá es el lugar adecuado para recibir noticias terribles, puesto que, para mí, todo proyecto vital suele aparecer en el entorno de estas calles y suele también morir aquí, a veces incluso años después de haber sido inventado. Así ocurrió con los energéticos Staygold Ponyboy y con mi última banda de música: los increíbles Campamento Ñec Ñec. Ambas comenzaron una noches de desvarío sobre los adoquines de este barrio y tiempo después vinieron a extinguirse sobre los mismos adoquines o, mejor dicho, a tres metros bajo el nivel del suelo, enterrados en el Freeway.

Ahora atravieso las calles y las plazas con la mirada aún desenfocada, como el que viene de un viaje intergaláctico y tiene dilatadas las pupilas por la acumulación de soles en la retina. He vuelto temporalmente de un largo viaje que me ha retenido más de un año en tierras de Abisinia. He tratado de reflejar a través de dos documentales la asombrosa historia del atletismo etíope.

Es Agosto y es Madrid. María, Guille y José están conmigo. Un día, José, regresaré de África y volveremos a hacer un grupo de punk. Un día, María, regresaré de África y tendremos una casa donde imaginaremos miles de futuros. Un día, Guille, regresaré de África y rodaremos otra película, y tú serás el protagonista.

Entonces pedimos unas pizzas cuadradas y suena mi móvil. En la pantalla parpadea un prefijo alemán.

- Miguel, ¿estás sentado o de pie?

Reconozco la voz de ultratumba de El Nota. (A decir verdad, Daniel Taye Workou es una versión semi – negra del Gran Lebowski, The Dude, El Nota…)

- Miguel, ¿estás sentado o de pie?

Daniel Taye Workou es un tío alto, bonachón. No sé para qué usa gafas porque su mirada siempre despega por encima de ellas. Es también un tipo oscuro, fan de Bob Marley y con un sentido del humor que coincide bastante con el color de su piel.

- Miguel, ¿estás sentado o de pie?

Daniel Taye Workou voló a Frankfurt a principios de Agosto en un avión de Ethiopian Airlines. Con él viajaba una bolsa que contenía: un ordenador portátil marca Macintosh, las 25 horas de grabación de nuestro documental sobre atletismo etíope en cintas HDV, unos panfletos en color de Menged, la película con la que ganó el Festival de Berlín en el año 2006, un disco duro portátil marca Lacie y un paquete de pañuelos de papel de marca italiana. Daniel Taye Workou cogió un tren que le tenía que transportar desde la ciudad de Colonia, en Alemania, hasta la ciudad de Bruselas, en Bélgica (Europa). El tren es rápido y sólo efectúa una parada. Daniel Taye Workou se dirigía a un estudio de edición donde se digitalizarían las cintas de nuestra película y se comenzaría una estructura y orden de montaje. Cuando subió al tren, Daniel Taye Workou identificó su asiento numerado, se acomodó, y depositó junto a él la pequeña maleta con cosas importantes. En una fracción de segundo, como si el asiento del tren hubiese transitado a escasos centímetros de un micro agujero negro, Daniel miró hacía su izquierda. El micro agujero negro se lo había tragado todo. Es decir: todo.

Los cacos belgas son extremadamente sigilosos. En una centésima de segundo pueden robarte más de año de trabajo e ilusión. Ya no hay documental, amigos, se desvaneció, se esfumó, se volatilizó. Así como vino súbitamente a nuestras mentes un día de abril, hace algunos años, flotando desde la laringe del escritor Nacho Docavo hasta nuestros oídos, así como vino, se fue. Para los oídos más rudos y para los niños y niñas que se asoman ocasionalmente a este blog: las cintas, las únicas cintas del documental han sido robadas. (Por cierto, sabed que si en vuestro duermevela nocturno frente a la televisión veis algún día extraordinarias imágenes que hablan sobre niñas corredoras en Etiopía, pensad que esos fotogramas un día pertenecieron al trabajo fotográfico de Israel Seoane).

- Miguel, ¿estás sentado o de pie?

Estoy de pie. No me voy a sentar; los adoquines están demasiado calientes y no quiero quemarme el culo. Mi amigo Daniel Taye Workou también está de pie. Voy a caminar hacia arriba, por una cuesta muy empinada. Mis abductores responden muy bien y me transportan, me transportan… porque son ágiles y porque hay un bar que me gusta y está sólo a cinco minutos.

martes, 30 de junio de 2009

Desde Mozambique.













(Fotos: 1. Parte del Equipo de Rodaje en Bekoji. 2. Estadio Nacional. 3. Bekoji Bowling Team. 4. El jefe de todo esto. 5. Sala de conferencias Joaquim Chissiano.)


Es verdad, hace mucho tiempo que no escribo. No era fácil. El acceso al blog desde Etiopía había sido borrado de la existencia. Llevo un año viviendo en Addis Abeba pero ahora estoy en Mozambique, encerrado a cal y canto en el centro internacional de conferencias Joaquim Chissiano, que tiene un jardín muy floral. Aquí participo en lo que se ha denominado Campus Euroafricano de Cooperación Cultural. ¿Y quién es el jefe de todo este lío? Mi primo. Sí, mi primo Sergio. Y ¿por qué? No tengo ni la más remota idea. Yo estaba de vacaciones en Addis Abeba y de repente sonó el teléfono: “Miguel, nos vemos en Maputo”. ¿Pero qué me estás contando? Al día siguiente estaba, efectivamente, en Maputo y en la primera fila de la sala de conferencias, entre los peces gordos, estaba mi primo. Así fue.

Los dos documentales ya están rodados y esto me llena de alegría. El primero es sobre tres niñas corredoras de Bekoji que viajan a Addis para enrolarse en los clubes de atletismo. Lo estoy realizando junto a Daniel Taye Workou y Bira Biro Films. Para el rodaje vinieron de España Eric Uguet de Resayre e Israel Seoane y lo pasamos pipa. A estas alturas nadie duda de que Bekoji, además de ser la cantera de los mejores fondistas del mundo, es la versión etíope de ese lugar andaluz llamado Lepe. Eric e Israel sufrieron de lo lindo. Pero ahora sus estómagos son resistentes a una sopa de uranio enriquecido de corte nuclear. Fuimos a Bekoji sonrientes y luminosos, como tiroleses que van a ordeñar vacas a los picos alpinos durante la temporada de verano. Regresamos a Addis Abeba demacrados, en una caravana de vehículos lentos y sucios, cuyos parabrisas habían sido devorados por la tierra batida. Sí. El gran Solomón Bekele, el padre del cine etíope, ha vivido muchas aventuras, pero nada similar a Bekoji. Su espalda hizo crack y regresó en la parte de atrás del convoy, dentro de un vehículo denominado clásicamente “ambulancia”. Y esto fue así.

Después llegó el turno de rodar Wami Biratu. Entonces vinieron José González Morandi y Buenaventura Durall - el tío que ha hecho la peli sobre el asesino de la ballesta -, de Nanouk Films, quien se decidió a producir la película. Y bueno, ya veis, lo pasamos muy bien con el viejo durante toda una semana, hasta que su hijo Jagenma se puso un poco nervioso por el tema de la pasta... Empezó a ver como su pollo volador con alas en forma de dólares americanos emprendía el vuelo hacia otras regiones del Planeta Tierra y su sueño se desvaneció. Esperaba a Steven Spilberg rodando una película sobre su padre y, en su lugar, aparecieron dos catalanes que no se hospedaban precisamente en el Sheraton... Así es la vida. Los resultados de este trabajo cinematográfico están al caer… José y Ventura no paran de hablar de fútbol, y esto es muy aburrido, queridos amigos. Y yo digo mazo de veces la palabra mazo, así que me regañaron en mazo de ocasiones por decir mazo y otras palabras más feas, malsonantes e impropias de un amante de las letras. Gracias, papis.

Por aquí ha comenzado a llover de nuevo. Esta es la señal que dice que la Tierra ha dado una vuelta más al Sol y que está en la misma posición que hace algún tiempo, aunque probablemente la galaxia se haya desplazado millones de kilómetros hacia el sur. Llueve. Los cortes de luz llegaron otra vez, como al principio. Durante este año me asfaltaron el jardín, así que ya no se puede llamar jardín, sino “mierda”. Un día María y yo nos despertamos y habían comenzado a asfaltar el jardín. Y nunca más pararon hasta acabar con el laurel y con las plantas. Lo cubrieron todo con una fina capa de cemento. Es el precio de la civilización.

Ahora que me acuerdo tengo que ir a casa a plancharme un par de camisas. Mañana tengo una cita con la Ministra de la Igualdad; la señora Aido. Ya lo sé, pensáis que soy un tipo importante, ¿no? Voy a conferencias, mis amigos son embajadores, me puedo pedir dos porciones de pizza y todo ese rollo. Bueno, pues no os preocupéis, mi idea de felicidad es tomarme unas Fink Brau de los chinos en las calles de Malasaña, junto a mi fiel amigo Gossman. Que no se os olvide. Ya hablaremos.

jueves, 15 de enero de 2009

Exquisitas Percheces.




(Fotos: ¿Qué relación existe entre Pello Ruiz-Cabestany, Javier Nart y Tola Tadesse?)
Las últimas maletas dan vueltas y vueltas sobre la cinta de los equipajes, sin más dueño que la noche silenciosa del aeropuerto de Addis Abeba y las miradas somnolientas e indiferentes de los empleados que reponen la fila de los carritos. Finalmente la cinta negruzca se detiene y la imagen se queda congelada como si alguien hubiese pulsado el botón “Pause” de un video VHS. Vaya; así que ya me han jodido bien. También hay un tío con el que he coincidido en la brevísima conexión de El Cairo. Nos llevaron a los dos solos en una furgoneta que circulaba por las pistas a toda leche; nos recogieron de un avión, nos incrustaron en el otro y despegamos. Ahora nuestros ojos esperan con resignación que un último bulto salga milagrosamente de entre las tiras de plástico que cuelgan del agujero.

Un empleado se acerca con la actitud de consolar una muerte aún no aceptada: “Al final del pasillo está la oficina de reclamación de equipajes”. Mi compañero de fatigas agarra sus bolsas de Carrefour y puedo apreciar fugazmente el resplandor de un par de trofeos entre el plástico.

- Vaya una mala suerte, hombre.
- Pues sí porque traía unos cuantos regalos para la Navidad Etíope… Salchichón… (En español original)
- ¿¡Salchichón!? Oye, tú no serás atleta… Con todos esos trofeos dentro de las bolsas de Carrafour…
- Los he ganado en Madrid.
- ¿En Madrid? ¡Que me aspen si no estoy frente a Tola Tadesse, el campeón de La San Silvestre Vallecana y de la Great Ethiopian Run!
- Pues sí soy Tola, sí.
- Vaya, hombre, no hay respeto para los héroes.

Después de hacer nuestras respectivas reclamaciones, Tola y yo salimos al parking del aeropuerto. Él se pilla un taxi y yo otro. Nos decimos adiós con la cabeza, sin hacer halagos de ningún tipo de verborrea.

Ocho días después Le Tigre (des Platanes) abarrotan el pequeño Bateau Ivre, haciendo de sus melodías un péndulo que recorre desde los estándares clásicos de la música etíope hasta el ruido puro ruido de una cacharrería. “Por fin un grupo de punk en Addis Abeba”, le digo a Daniel Taye Workou. Me giro hacia el jardín del Bateau y entonces aparece de entre los arbustos Javier Nart, al que conoceréis por sus incendiarias intervenciones en el programa de María Teresa Campos. Javier Nart me pasa una birra, pero yo estoy harto de birras.

- ¿Qué significa etimológicamente la palabra “Etiopía”? – pregunta Javier Nart a Daniel Taye Workou.
- Viene del griego y creo que tiene dos significados: persona con la cara negra, pero también persona de ojos brillantes. ¿?


Javier Nart se toma unas pastillas que saca de un pastillero y aparenta escuchar el concierto de los franceses Le Tigre (aunque yo sé que está abstraído en sí mismo, probablemente repasando la lección magistral que acaba de dar sobre las guerrillas de Chad). Al día siguiente Maseret Argaw, Daniel Taye Workou, Teferi Debebe y yo, nos entrevistaremos con el productor Solomon Bekele, viejo amigo de Haile Gerima. Haremos planes sobre la producción de nuestra película. Después, durante el largo fin de semana, nos iremos a Bekoji en un minibús. Hay otra película etíope: Teza, de Haile Gerima. Otro momento: cuando cené con Pello Ruiz–Cabestany en el Zebra Grill de Addis Abeba. Le reproché a Pello que nunca hubiese corrido en el Kelme.

viernes, 12 de diciembre de 2008

La vuelta a casa y algunas escenas de Wami Biratu.








(Fotos. Imágenes de la Great Ethiopian Run 2008 y de María portando brazalete y marioposa metálica).
Han pasado seis meses desde que pisé por primera vez el asfalto irregular de Addis Abeba. Puedo afirmar que hasta ahora no me ha ido nada mal. Dentro de 4 días cogeré un avión hacia El Cairo, más adelante hacia Madrid, donde pasaré la Navidad, y en tres semanas estaré de vuelta en Etiopía. Si hago un pequeño balance de lo acontecido hasta ahora, me arrepiento de dos cosas:

La primera es de no haber respondido a un mail en el que María aparece como la reencarnación de la diosa Afrodita pero más, decorada con un brazalete arcaico que probablemente fue manufacturado en la región de Gondar. La segunda es de no haberme colado en la piscina del Hotel Sheraton a través del agujero que hay detrás de la caseta de los tiques.

Entre las cosas positivas nos encontramos con el comienzo de la preproducción de dos películas – sobre la aldea de Bekoji y sobre Wami Biratu – con la participación de los excepcionales cineastas Daniel Taye Workou en la primera y José González Morandi en la segunda. Es positivo que Wami Biratu haya corrido este año la Great Ethiopian Run (10 kilómetros) en 1 hora y 20 minutos. Es positivo que yo haya conseguido sobrevivir seis meses cocinando una media de tres días al mes.

Antes de dejar por unas semanas Etiopía me gustaría haceros un regalo de Navidad. Se trata de algunas escenas de la vida de Wami Biratu que he ido escribiendo y que están narradas por el propio Wami. Estas escenas servirán para articular una película sobre este mítico corredor. Algunos de los más bellos episodios de la vida de Wami Biratu son éstos:

Escena 23.

1989 ¿? (Addis Abeba). Un día Wami recibió la notificación de que estaba oficialmente jubilado. Su sueldo descendía así de 300 birr al mes – que es lo que ganaba como soldado – a 200 birr. Como el sueldo era insuficiente para mantener a algunos de sus hijos que eran pequeños e iban al colegio, Wami concertó una entrevista con Fikiressilase Wegderss –primer ministro durante la época del Derg – y le pidió que, por favor, le dejara seguir trabajando en el ejército. Wegderss argumentó que si le permitía seguir trabajando, otras personas pedirían lo mismo. Para quitarse a Wami de encima, Wegderss le prometió que el gobierno le ayudaría de alguna manera. Wami salió de la oficina del primer ministro llorando, pues era consciente de que las promesas del Derg caerían en saco roto.

Durante los días siguientes, Wami Biratu trató de conseguir un trabajo. Preguntó en una obra si podía cargar piedras o camiones pero los capataces le dijeron que era demasiado viejo. Después Wami preguntó si podía trabajar en un edificio que se estaba construyendo. El capataz le reconoció y se sorprendió de que Wami buscara un sustento de cualquier manera: “Pero Wami, este trabajo no es para ti. Tú eres una persona importante, seguro que podrás conseguir un trabajo mucho mejor que éste.”

Alguien le dijo a Wami que los edificios CMC estaban casi terminados y que el manager estaba buscando a alguien para trabajar de guarda. Así Wami Biratu y otros cuatro jubilados del ejército comenzaron a trabajar en los edificios CMC. Wami iba corriendo de su casa al trabajo y dormía en los edificios CMC. Cuando había alguna competición en Addis Abeba, como por ejemplo la Maratón en Memoria de Abebe Bikila – que el propio Wami había fundado –, el manager permitía a Wami competir y después dormir en casa.

Escena 24.

1992 (Addis Abeba). Derartu Tulu ganó la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Barcelona. Se convertía así en la primera atleta africana en lograr este honor. El gobierno organizó una gran celebración para recibir a Derartu. Entonces Wami pidió a su jefe el permiso para asistir a la celebración. Su jefe le respondió que su obligación era trabajar. Ése mismo día llegó a los edificios CMC una carta del militar Kuma Demeksa – que hoy en día es alcalde de Addis Abeba – invitando a Wami a la cena de gala. Leyendo la carta, el jefe permitió a Wami acudir a la cena con la condición de que después volviese a su puesto de guarda. Aquella noche llegó a los edificios CMC un lujoso coche del Ministerio de Deportes que recogió a Wami y le transportó hasta la cena de gala en honor a Derartu. A las dos horas, esa misma berlina lujosa regresó para dejar a Wami en su cuchitril de los edificios CMC.

Escena 25.

1996 (Addis Abeba). Unos meses antes de las olimpiadas de Atlanta, Haile Gebrselassie y Wami Biratu se encontraron un par de veces por la calle. Wami iba corriendo al trabajo, embutido en unas botas de plástico cutres que le hacían rozaduras. Gebrselassie viajaba en su coche, dirigiéndose a su lugar de entrenamiento. En este par de ocasiones, Gebrselassie le dio a Wami Biratu 100 birr desde la ventanilla de su vehículo.

Escena 26.

1996 (Addis Abeba). Haile Gebrselassie volvió triunfante de las Olimpiadas de Atlanta y miles de personas fueron al aeropuerto a recibirle. Wami pidió permiso a su jefe para ir a recibir a Haile, pero su jefe se lo denegó. Una hora antes de que el avión de Haile aterrizara en el aeropuerto de Addis Abeba, otro de los jefes le dijo a Wami que podía ir a la celebración, siempre que estuviera de vuelta antes de las 12 de la mañana. Entonces Wami salió corriendo desde los edificios CMC para llegar a tiempo al aeropuerto. En el aeropuerto, la policía le impidió la entrada, argumentando que no sabía quién era y que no estaba ni invitado, ni acreditado. Los atletas se subieron a los coches oficiales y comenzó su vuelta de honor por Addis Abeba. Wami corría detrás de los coches, persiguiéndolos. Entonces un policía golpeó a Wami para que se apartara de la comitiva y Wami le dijo: “¿Pero qué haces, hombre? Tú no estás golpeando a un hombre, estás golpeando al pueblo de Etiopía.”

La caravana de los atletas llegó al hotel Ghion donde, una vez más, la policía impidió la entrada a Wami. Fue entonces cuando una persona de entre la multitud colocó sobre la espalda de Wami Biratu una bandera de Etiopía. Wami se dio cuenta de que tenía que volver a los edificios CMC, porque se hacía tarde, así que comenzó a correr por las calles de Addis, con la bandera a la espalada, hasta que un coche se detuvo y, bajando la ventanilla, alguien preguntó: “Oye, ¿tú no eres Wami Biratu?”. Este hombre le recogió en su coche y le dejó en los edificios CMC.



lunes, 3 de noviembre de 2008

¡Buenas Noticias!




(Fotos: 1. Lago Tana, Nacimiento del Nilo Azul 2. Primera Catarata del Nilo Azul. 3. Montañas de Lalibela.)
Desde que volví de la provincia de Arsi han ocurrido tantas cosas que no sabría por dónde empezar. Pero hablaré de lo que nos concierne: nuestra película sobre el atletismo etíope. Y sobre este asunto tengo muy buenas noticias puesto que la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) acaba de aprobar la financiación del 50% de esta película que producirá Bira Biro Films.

Así pues, Daniel Taye Workou me escribió un mail la semana pasada desde Berlín y me dijo: “Miguel, tengo algo que decirte: vamos a rodar la película. Es verdad que, de momento, con el presupuesto que tenemos no hay casi ni para pipas pero es un buen comienzo y conseguiremos más.” Perfecto; es la primera vez en mi puñetera vida en que una institución pública española accede a financiar un proyecto con el que estoy realmente ilusionado.

Un par se semanas o tres antes de leer el mail de Daniel Taye Workou me llama Teferi y me dice que tenemos una entrevista con Derartu Tulu en el Hotel Hilton. Derartu llega sonriente al vestíbulo del hotel. Nos sentamos en una mesa al aire libre junto a la piscina. 4 de la tarde. Temperatura primaveral. Pido Ambo Water, con mucho gas, casscassa (bien fría). Algunos farenyi chapotean y otros se tuestan al sol, rosas, felices de quemarse la piel en África. Nos llega el murmullo de los niños que se persiguen entre las tumbonas. Me recuerda a los domingos de echarnos unas cartas en el césped de la piscina de Galapagar, en la sierra de Madrid. Pasábamos la tarde jugando al pumba y después le dábamos a las bicis. Derartu y Teferi hablan en amárico y oromomifa. Por fin, Teferi me dice que Derartu accede a salir en el documental y a todo lo que haga falta. Derartu se levanta y se larga sonriente al gimnasio del Hilton. Por lo visto se está entrenado para ganar una vez más la maratón de Londres y quiere participar en la de Berlín, donde el mes pasado Haile Gebrselassie pulverizó el récord del mundo. En fin, pienso, ya tenemos en el bolsillo a Derartu Tulu, la niña de Bekoji, la doble campeona olímpica.

Una semana después de recibir el mail de Daniel Taye Workou, María y yo viajamos al norte, hacia las extrañas iglesias de Lalibela donde, tras una tela rancia, se esconde el destino del mundo escrito en una columna del siglo XI. Son catedrales talladas en la roca, construidas desde el techo hasta el suelo, excavadas hacia el centro de la Tierra. Te asomas a un agujero del suelo y allí abajo las puedes ver, en los albores del tiempo.

Y al día siguiente volamos hacia el Lago Tana, donde nace el Nilo Azul. El productor de cine Teddy Yilma me había dicho: “cuando llegues al aeropuerto de Bahir-Dar llamas a este número y vas al hotel Papiro.” Así que el número es de un tal Isaías y cuando bajamos del avión un tipo nos pregunta: “¿Salini? ¿Salini?”. ¿Qué coño quiere decir Salini? Llamo a Isaías y me dice que ha enviado un coche a buscarnos. Entonces vuelve a abordarnos el mismo hombre: “¿Salini?” No, tío. Y nos dice: “¿Isaías?” Sí, Isaías, sí. Montamos en el Land Cruiser y llegamos al Hotel Papiros. No es feo pero parece uno de esos hoteles de San Juan de Alicante construidos en los 70. Vamos a la recepción: “¿Isaías?”. Por lo visto Isaías no está. Yo creí que era el recepcionista. Nos conducen a las oficinas del hotel. Hay una señorita muy simpática:

- ¿Van ir ustedes mañana a las cataratas del Nilo?
- Ostras – digo – sí que vamos, ¿pero cuánto cuesta la broma?
- No sé, muy poco.
- Sí, ya, ya, pero cuánto de poco.
- Unos 20 birr… (1 euro y medio)
- Aquí hay gato encerrado. ¿Cuanto se supone que tenemos que pagar por el coche?
- ¿Por el coche? ¡Nada! El coche se lo presta Isaías.
- ¿Y por el chofer?
- ¡Nada! Es de la empresa.

Isaías nos vuelve a llamar y escucho de nuevo su misteriosa voz: “¿Cómo va todo, amigos? Mi coche es vuestro coche.” Surrealista, amigo. ¿Quién demonios es este Isaías? Al día siguiente llegamos al recinto de las cataratas. Pedimos unos tiques para el parque natural. María saca la cartera para dar la guita. No, muchachos, Isaías paga.

Las cataratas del Nilo se pueden encender y apagar porque la central hidroeléctrica controla el 100% del flujo del agua. A nosotros nos tocan las cataratas al 25% de intensidad acuífera. Es un paisaje exuberante, húmedo, donde los pájaros encontraron su jardín del edén. Después nos damos un paseo en barca por el gigantesco Lago Tana y vemos un hipopótamo sumergido en el agua de color caca y el marrón del horizonte se confunde con el cielo como si al final del lago fuese la nada. Y otra vez en el aeropuerto de Bahir-Dar nos espera nuestro avión de hélices. Mañana retoco el presupuesto del documental. ¿Por cierto, alguno de vosotros quiere invertir? Agudizo mi ojo. ¿Qué es eso que pone en la camiseta del chofer? En letras rojas y cuadriculadas: Salini, empresa de construcción.



lunes, 22 de septiembre de 2008

(Bekoji) La chica que corría con el vestido.




(Fotos: 1. Futuros personajes de nuestra película. 2 y 3. Alumnos de la escuela de Bekoji.)
Dedicado al padre de Teferi y también a mi padre.

Esta mañana pasábamos con el coche cerca de Arat Kilo cuando he reconocido a los lejos el chándal tricolor de Wami Biratu. Nos ha bastado sólo un instante para comprobar que, una semana más, Wami sigue en plena forma. Caminaba hacia el sur, a unos cinco kilómetros de su casa. Quién sabe si se está preparando para la Great Ethiopian Run, que es dentro de poco. Desde que ocurrió lo del Estadio Nacional –que los atletas fueron ovacionados y que Wami se esfumó poco después – Teferi y yo hemos visitado al mítico corredor dos veces más, grabando en un casete algunas historias fascinantes.

El jueves pasado decidimos que era el momento de regresar a Bekoji, en busca de anécdotas y personas que pertenecen a la historia olvidada del atletismo. Cerca del Estadio de Addis, cogimos al vuelo un autobús que nos llevó hasta Nazret. En la caótica estación de Nazret decenas de adolescentes nos abordaron al salir del autobús: “¿Harar?” “¿Addis Abeba?” “¿Assela? Do you go to Assela?” Entonces nos conducen de la mano hasta el autobús de Assela. Los asientos son incómodos y te clavas todos los hierros de la estructura. Teferi me dice: “Preguntaste por mi padre el otro día en mi boda.” Y le respondo que sí. Teferi vivía en el campo con su padre, su madre y sus hermanos. Hace un par de años, su padre comenzó a olvidarse de las palabras y los nombres de las personas. Pronto su vocabulario se extinguió casi por completo y sólo decía incoherencias. En el hospital psiquiátrico de Addis Abeba le diagnosticaron Alzehimer. Teferi y su familia se trasladaron a las afueras de Addis, cerca del Hotel Crown, para poder trabajar y sobrevivir. Teferi consiguió un curro en la Radio Nacional Etíope porque estudió periodismo. Cuando al poco tiempo su padre abandonó el hospital psiquiátrico decidieron que viviría en el campo, al cuidado de su hijo pequeño. Un día, hace unos cinco meses, el padre de Teferi salió corriendo de casa. Un vecino dijo haberle visto trotando por los prados, alejándose más y más. Y desde ese día no regresa. Teferi le ha buscado durante más de dos meses por todos los pueblos de alrededor sin dar con él. Piensan que puede estar muerto en una de las innumerables zanjas del monte. Le dije a Teferi que es mejor pensar que quizá haya empezado una nueva vida, en un viaje extraordinario que le esté llevando por las Tierras Altas y por los pueblos inhóspitos donde la gente es amable y atenta con los viejos que deambulan.

En Etiopía, los autobuses arrancan sólo cuando todos los asientos están vendidos. Así que te pueden ocurrir dos cosas: o que esperes durante más de una hora sin que el autobús se mueva un ápice, o que tengas que pelearte por un asiento, persiguiendo por el recinto de la estación al hombre que vende los tiques entre una marabunta humana. Al llegar a Bekoji, el entrenador Sintayu Eshetu está esperándonos desde hace más de una hora, pues nos ha ocurrido lo primero.

Durante los tres días siguientes, Sintayu nos presenta a un sin fin de personajes que nos cuentan historias apasionantes: un carpintero que en el pasado fue campeón de Etiopía o un viejo borracho que batió a Miruts Yifter en Assela, el mismo año que Yifter ganaba dos medallas de oro en Moscú. También había una niña que siempre corría con un vestido largo. Era la mejor en la escuela de primaria de Bekoji. Cuando llegaron los campeonatos regionales, Sintayu le pidió que, por favor, compitiera con la ropa deportiva. Pero la niña tenía miedo a que su madre enfureciera por vestirse con prendas de chico. Entonces apareció en la pista de los campeonatos regionales con el uniforme de Bekoji, pero debajo de él aún conservaba el vestido que le cubría las piernas. También ganó esa carrera. Unos años más tarde, la misma niña – que se consagraba como atleta en un club de Addis Abeba – apareció en la pista de Barcelona, esta vez ataviada con los colores del equipo nacional de Etiopía. Esa noche, ganó la medalla de oro de los 10.000 metros. Se convertía así en la primera atleta africana que alcanzaba la gloria en unos Juegos Olímpicos. Se llamaba Derartu Tulu.

Sintayu nos conduce a la pensión que ha abierto Kenenisa Bekele y que regenta su hermano mayor Tanrat, y dormimos allí, tras sufrir durante una noche los encantos de un agujero de ratas que algunos se atreven a llamar hotel. Las pulgas me devoraron y ni siquiera había agua corriente para tirar de la cadena. Sintayu nos presenta a su equipo de atletismo: más de cien chicos y chicas forman grupos por edades y suben y bajan las pendientes de un bosque de eucaliptos que termina en un riachuelo. Después hablamos con la madre de Derartu Tulu y con el padre de la mega estrella mundial Kenenisa Bekele, que vive en una casa modesta junto al mercado.

Y así hasta el domingo. A las ocho de la mañana volvemos a la estación de autobuses y, tras pelearnos durante más de una hora por un asiento, decidimos trazar un nuevo plan; alquilaremos un autobús para nosotros solos y cinco viejos enfermos que necesitan llegar temprano al hospital de Assela. De las cocheras emerge un turbopropulsor que sólo se usa en ocasiones especiales, una especie de autobús galáctico como el que aparece en tus sueños. Un hombre grita satisfecho: “¡eso es lo que habéis alquilado!”. Y nos deslizamos a toda velocidad por el camino de cabras y barro. En ese momento adelantamos al convoy que había salido media hora antes y cuyo conductor había ignorado nuestras súplicas vendiendo los tiques a sus amigos, familiares y politicuchos corruptos. Y Teferi clava los ojos en ese conductor que se queda atrás, sonríe y, en voz baja, por la ventanilla dice: “ahí te quedas, cabrón, contempla el poder del dinero”.

martes, 2 de septiembre de 2008

Kenenisa vuelve. Wami se esfuma.





(Fotos: 1. Una espontánea. 2. Estadio Nacional. 3. Wami Biratu observa la llegada de los atletas.)

Mi teléfono suena a las seis de la mañana. Es miércoles y el sol pasa a través de las cortinas rojas. “¡Miguel!” – dice una voz excitada – “el vuelo se ha retrasado, llegarán sobre las diez”. Cuelgo y vuelvo a dormirme. A los quince minutos suena el despertador. 6,15 AM. Ahora que el vuelo se ha retrasado, este madrugón no tiene ningún sentido. Cierro los ojos una vez más.

Son las nueve y media de la mañana y estoy en la oficina. Un fuerte chaparrón golpea las ventanas. “¿Teferi? ¿Han aterrizado ya?”. Nuevo retraso. Perdieron el vuelo de conexión en ¿Ámsterdam? ¿El Cairo? ¿Frankfurt?

- ¡Miguel! ¡Miguel! ¿Me oyes?
- Sí, ¿dónde estás ahora Teferi?
- Estoy en la puerta del Estadio Nacional. Wami Biratu está sentado en una piedra. Lleva aquí esperando desde las ocho de la mañana.
- ¿Wami? ¿En una piedra?
- ¡Sí! Se ha escapado de casa y ha venido al Estadio.
- ¿Sabe su hijo Jagenma que Wami está allí?
- ¡No! ¿No te estoy diciendo que se ha escapado de casa?
- ¿Y cómo ha llegado al Estadio Nacional?
- Dice que corriendo… pero yo sospecho que llegó en minibús.

Son las dos de la tarde y estoy en la puerta principal de Estadio Nacional. La multitud se agolpa en las diferentes entradas y la policía impone orden mediante ráfagas de palazos. Los que han desistido a luchar por un hueco en las gradas forman un pasillo humano desde la plaza Meskel hasta portón del Estadio. Un guardia de seguridad se acerca hasta mí y, sin mediar palabra, levanta el palo: “Out of the door!”. Sin inmutarme, mantengo mis ojos clavados a los suyos: “Spanish Embassy!”. Palabra mágica. El guardia cuchichea unos segundos con su superior hasta que el jefe eleva la voz: “Todo el mundo está invitado a esta fiesta.” La puerta de pinchos se abre y penetro en el interior del recinto donde me esperan hasta tres controles de seguridad para acceder a los palcos. Los pinchos vuelven a cerrarse y atrás quedan arremolinados cientos de personas que tratan de convencer a los guardias con todo tipo de argumentos y carnés variopintos. “Todo el mundo está invitado a esta fiesta”, dijo el oficial para referirse efectivamente a lo contrario.

El Estadio ruge y desfila una orquesta de músicos que parece traída del mismísimo Londres. Las sirenas de la policía comienzan a sonar fuera, acercándose. La ola de expectación se extiende como una mecha encendida que corre hacia nosotros. Entonces, a escasos seis metros de donde me encuentro, emerge del túnel un enorme ramo de flores y, justo detrás, la sonrisa eterna del gran Haile Gebrselassie. Y en fila india Kenenisa Bekele, Tirunesh Dibaba, Meseret Defar y el mítico Miruts Yifter, el hombre de los dos oros en Moscú, 1980.

Rodeados de un cordón policial, los más de 20 atletas recorren la pista del Estadio Nacional saludando en todas las direcciones. Entonces Wami Biratu decide que es la hora de condensar la historia del atletismo en un sólo punto. “¿A dónde vas, Wami?”, le pregunta un amigo viejo. “Voy a saludar uno por uno a los atletas como que me llamo Wami Biratu”. Escalón a escalón, Wami va descendiendo hasta llegar a la pista. Ahí están: Wami, el cordón policial, los atletas olímpicos. Maldita sea, esos embrutecidos del ejército van a hacer papilla a Wami Biratu. Un soldado le invita a regresar al graderío pero Wami trata de escabullirse. Ambos forcejean sin perder demasiado las formas. “¡Pero Hombre de Dios!” – grito – “¿¡No ves que es Wami Bitau?!”. Por fin Miruts Yifter recae en los esfuerzos del viejo corredor por acercarse a los jóvenes. Ahora Wami atraviesa el cordón policial y comienza a saludar a estos jóvenes que vienen de Pekín, uno a uno. Y efectivamente, la historia se condensa en el instante en que Wami Biratu – el padre del atletismo etíope – estrecha la mano de Kenenisa Bekele – el nuevo rey del atletismo mundial. El instante es extraño: la mirada de Kenenisa apenas se cruza con la de Wami y, como si jamás hubiese visto en toda su vida al viejo, como si renunciase a convertirse en un eslabón más de este extenso relato que comenzara allá en los años 50, Kenenisa, el introvertido, se olvida de Wami y, un segundo después del encuentro, ya posa tímidamente para los periodistas.

Wami atraviesa el cordón policial de vuelta y se volatiliza entre la multitud de las gradas. Al poco tiempo vuelve a emerger a unos metros de donde me encuentro y desaparece para siempre. “¿Has visto a un viejo salir del Estadio hace unos segundos?” – le digo al guarda de la puerta principal. “¿Te refieres a Wami Biratu? Se fue caminando hacia allí”. Preocupado por el viejo, recorro los alrededores del Estadio Nacional en su búsqueda.

- ¡Teferi! ¿Me oyes, Teferi?
- Sí, Miguel, ¿dónde estás?
- Estoy fuera del Estadio. Wami se ha esfumado.
- Dame 3 minutos para acabar la crónica de la radio y salgo.

Definitivamente, Wami ha desaparecido. Podría caerse en cualquier agujero porque su vista ya no es lo que era.

lunes, 18 de agosto de 2008

El mejor atleta de la historia no corre los 10.000 en Beijín.



Artículo para el periódico digital: www.soitu.es
Son las 4,30 de la tarde en Addis Abeba. A simple vista, nadie diría que en apenas una hora, la armada etíope tomará los mandos de la pista olímpica de Beijín. Por las calles deambulan como siempre cientos de transeúntes de aquí para allá vendiendo chicles, madera, chándales, mendigando, o caminando deprisa, trajeados, dirigiéndose a una importante cita quién sabe dónde. Se cruzan los burros con los enormes jeep, con los taxis que están a punto de destartalarse, con las cabras, en trayectorias azarosas.

El público comienza a abarrotar la cafetería que hay en los bajos del edificio de Ethiopían Airlines. Los feligreses salen ahora de la Iglesia de Urrael buscando la pantalla gigante de ésta y otras cafeterías modernas que ofrecen conexión vía satélite con China. Lorenzo – mi amigo de la Cruz Roja Internacional – me pregunta por la dirección a seguir. “Pasas Urrael y a la izquierda” – le digo – “por la Avenida Haile Grebrselassie”. No es broma. Una de las avenidas principales de Addis lleva el nombre de este ya mítico corredor, que una hora después estará dando un auténtico ejemplo de humildad, sacrificio y trabajo en equipo. Suena mi móvil y escucho una voz difuminada por el tumulto de fondo: “¿Dónde estáis? ¿Por dónde andáis?” – grita la voz – “, ¡aquí en la plaza Meskel se está liando una gorda: hay una pantalla gigante y van a retransmitir la carrera!”. Cuelgo el teléfono e indico a Lorenzo que vaya hacia Arat Kilo, dirección norte, porque esta vez no vamos a la plaza Meskel sino a la casa de Wami Biratu, el mejor corredor de todos los tiempos.

En la casa de Wami hace tiempo que nos están esperando. Wami ha congregado en el salón a unos amigos jóvenes que organizan la carrera anual que lleva su nombre, a su hijo Jagenma y a uno de sus nietos. El salón parece más grande y lujoso que la última vez que fui; junto a la cocina ha aparecido de la nada una enorme alacena rellena de platos y bandejas plateadas. En la televisión del salón se suceden las series previas de clasificación de los 1500 metros, sin volumen, aunque podemos escuchar al comentarista inglés en otra televisión que Wami tiene en su cuarto. Jagenma saca unas Caca-Colas y nos sentamos bromeando, pendientes ya del televisor.

Wami viste la sudadera oficial del equipo olímpico de Etiopía, combinada con unos pantalones de pijama. Cuando en las olimpiadas de Roma (1960) le preguntaron a Abebe Bikila que cuántas carreras había ganado en su vida, tras haber conseguido el oro en maratón, el mítico corredor etíope respondió: “sólo una antes que ésta. En Etiopía hay un corredor que siempre me gana: Wami Biratu”. Bikila decía la verdad a medias. En contra de lo que muestran muchas de las páginas web donde se puede consultar esta historia, Bikila solamente superó a Wami en una ocasión; la segunda carrera etíope de calificación para los Juegos Olímpicos de Roma, en 1960 y no en 1956. Como Wami ya estaba clasificado para los 10000 metros y sólo podía participar un corredor por categoría, a mitad de esta segunda carrera se escondió detrás de un árbol y esperó a que Abebe Bikila apareciese, pactando ambos que Abebe ganaría esta vez, y así los dos amigos podrían ir juntos a las Olimpiadas. Abebe Bikila fue a las Olimpiadas y labró una leyenda. Una semana antes de acudir a Roma, Wami –que por aquel entonces tenía ya 45 años – contrajo el buyunyi, una enfermedad infecciosa que llena las ingles de fístulas y que le apartó para siempre de la posibilidad de ser olímpico. Fue ésta la verdadera razón y no – como puede leerse en otras páginas web – que Wami Biratu se rompiera un tobillo jugando al fútbol. La mala suerte acompañó a Wami toda su vida en lo relativo a su participación en carreras internacionales. Antes de acudir a Melbourne (1956), Wami pidió un permiso especial del ejército para poder visitar a su mujer y a sus hijos. Cuando se le denegó el permiso y fue enviado a Asmara –1500 kilómetros de Addis Abeba – Wami desertó del ejército y así se esfumaron sus posibilidades de acudir a Melbourne.

Si bien la mala suerte en las carreras internacionales le acompañó toda su vida, el destino iba a compensarle habiéndole regalado, por ahora, 94 años. Wami me pregunta por las medallas que hemos obtenido en estas Olimpiadas, “¿alguna en el atletismo?”. “No, en tenis, Wami, en tenis: Rafael Nadal”. La armada etíope arranca en la pista de Beijín. Dejamos las Coca-Colas sobre la mesa y nos concentramos en la carrera y aplaudimos de emoción. El eritreo Tadesse comienza imponiendo un ritmo infernal, suficiente para superar el record olímpico. Haile Gebrselassie, Sihine Shilesi y Kenenisa Bekele resisten a la perfección, formando los tres una flecha de lanza; un muro para los keniatas. Wami, sin aparentar nerviosismo, pregunta a su hijo cómo va la carrera. Sus ojos de 94 años apenas distinguen cuatro manchas de color en el televisor. Ahora Haile toma la delantera y aprieta el ritmo más y más. A sabiendas de que el final va a ser complicado para él, Haile Gerbreselassie, el dos veces campeón Olímpico, se sacrifica por su amigo Kenenisa y echa el resto a falta de dos vueltas. Suena la campana. Kenenisa aprieta el botón del turbo y los últimos 300 metros pasan volando. Shilesi sigue tímidamente a su capitán. Los keniatas son testigos de cómo la locomotora Bekele se aleja más y más. En la meta son casi 40 metros lo que les separa del etíope. Oro y récord olímpico: Kenenisa Bekele (Etiopía). Plata: Sihine Shilesi (Etiopía). Nadie se acuerda del bronce. Haile Gebreselassie, quinto, sonríe satisfecho.

Wami Biratu también está satisfecho y brindamos con champán y vasos de plástico. Entonces Wami se emociona y habla de Orni Niskanen, aquel entrenador sueco que el Emperador Haile Selassie contrata en 1956 para formar y entrenar al equipo olímpico con métodos modernos. “¡Orni! Él lo empezó todo. El gran Orni… quizá haya visto la carrera desde los jardines del más allá.” En un momento de vaivén temporal, de desorientación, Wami Biratu nos pregunta si por casualidad somos suecos. “Somos de España, Wami, al fin y al cabo, de Europa”. Wami nos besa a todos en la frente. Los anuncios de la televisión etíope interrumpen la retransmisión olímpica. Se trata de un anuncio de camas. Una señora brinca y salta sobre su cama sin parar hasta que se transforma en un canguro. Otro canguro aparece en la cama y ambos siguen saltando. El anunciante muestra finalmente un logotipo cutre.

martes, 12 de agosto de 2008

De un extraño reencuentro y la aldea de Bekoji.






(Fotos: 1. Cartel de Menged. 2. Afueras de Bekoji. 3. Sintayu Eshetu. 4. Niños de Bekoji. 5. Cerca de Asela.)

Entre todos los cineastas etíopes, quizá Daniel Taye Workou sea el de mayor proyección internacional, a excepción de uno de los fundadores con mayúsculas de la filmografía etíope: Haile Gerima, que vive en Washington.

Con su cortometraje titulado Menged, Daniel ha participado en multitud de festivales a lo largo y ancho del mundo, ganando, entre otros, el premio al mejor cortometraje en el Festival de Cine de Berlín (Berlinale) o el Festival Panafricano de Ouagadougou en Malí (FESPACO), el más importante de toda África.

María y yo conocimos a Daniel a finales de abril del 2007, durante el Festival de Cine Africano de Tarifa, donde Menged obtuvo una mención especial. Daniel fue también el responsable de grabar con mi cámara de video más de 20 minutos de sombras, entre las que se intuye algunas personas bailoteando, haciendo el moñas y apurando birras en el interior de una discoteca a las 3 AM. Lo pasamos bien; Daniel es un tipo tranquilo, gafotas, muy alto y amable. Después de Festival hablé un par de veces con él para ver si producíamos un documental sobre el atletismo etíope. Tras algunos intentos que hicimos Iván, la productora Kodiak y yo, el proyecto quedó en agua de borrajas y Daniel se volatilizó en los Campos Elíseos de París, donde sobrevivía haciendo videos musicales.

Digo esto porque un extraño acontecimiento va a suceder al día siguiente de nuestra visita a Wami Biratu. El caso es que Teferi me cita para enseñarme el Estadio Nacional que está cerca de la plaza Meskel y cuando estoy regresando a casa por Bole Road se me ocurre que lo mejor sería comprarme un abrelatas en el Novis Supermaket. Así que entro, compro el abrelatas y, tras pagarlo en la caja, me detengo en la puerta del Novis tratando de averiguar cómo funciona el sofisticado aparato. Supongo que ya me han timado otra vez. El caso es que un gigantón pasa por delante de mí, encorvado y con unas gafas de pasta al estilo de Spike Lee.

- Whatafuk are you doing here, Miguel!????
- Pues… comprando un abrelatas… man! – es lo único que se le ocurre a mi pobre cerebro al toparme de repente con el mismísimo Daniel Taye Workou.

Así que, tras un año y medio y fruto de un encuentro fortuito en el Novis Supermarket, Daniel y yo recuperamos la ilusión por hacer un documental sobre el atletismo etíope. Daniel no duda de que esta vez voy más en serio. No es común encontrarse a tus colegas europeos en el Novis Supermarket de Addis Abeba peleándose con un abrelatas.

Después de este inesperado encuentro y de cenar en casa de Daniel con su encantadora mujer – acaban de tener una niña – he decidido que lo mejor sería realizar una primera visita a la aldea de Bekoji, en la provincia de Arsi. Como dice Nacho Docavo en su libro, Bekoji es una pequeña aldea de las Tierras Altas de Oromía (de la etnia oromo), lugar de nacimiento y de crecimiento de los mejores atletas del mundo: los hermanos Bekele, las hermanas Dibaba o Fatuma Roba, entre otros campeones. Esta pequeña aldea incrustada en los montes y rodeada de riachuelos y verdísimas tierras fértiles sembradas de tej ostenta el récord de ser la población con más medallas olímpicas y campeonatos del mundo por habitante.

Al llegar a Asela reservamos unas habitaciones en el Hotel Ras, dejamos allí un par de mochilas y nos adentramos con el Land Cruiser en la carretera que finaliza en Dodola, pasando por Bekoji. 56 kilómetros separan Asela de Bekoji por un camino de barro serpenteante. Dos horas y media de ida y lo mismo de vuelta. En el kilómetro 40, la carretera ha desaparecido bajo un torrente de agua. No importa: ahí están los chinos para resolver el problema. Chicker alle! (No problem). Los chinos aparecen de la nada con un Bulldozer y en cuestión de diez minutos han vuelto a construir la carretera. Seguimos adelante, nos topamos con transeúntes que vuelven del mercado y entramos por fin a Bekoji. Está atardeciendo y llueve. Una marabunta de niños se apelotona alrededor del coche. Preguntamos por Sintayu Eshetu, el entrenador de Bekoji, el descubridor de talentos números uno en Etiopía. Sintayu aparece. Tenemos veinte minutos para comer. “Sintayu, no seas tímido, siéntate con nosotros”. “Sintayu, ¿cuantos niños entrenan en la escuela de atletismo de Bekoji?”. “Sintayu, ¿una Coca- Cola?”. “Sintayu, enséñanos la pista de atletismo”. “Sintayu, eres el mejor, ¿alguno de los atletas famosos viene a visitarte?”. “Sintayu, ¿aún no te han llamado para que entrenes al equipo nacional?” “Sintayu, se hace de noche, tenemos que irnos”.

En menos de lo que canta un gallo nuestro Land Cruiser vuelve a retomar el camino de barro hacia Asela. Granjas, eucaliptos, acacias, pequeñas casitas redondas de adobe, niños con sus rebaños de cabras, algún ciclista, carromatos tirados por burros. El cielo encapotado y las nubes que bajan allí al fondo hasta los sembrados. Le he prometido a Sintayu que volveré en septiembre.

martes, 5 de agosto de 2008

Su excelencia Wami.






(Fotos: 1. Wami Biratu. 2. Wami con Teferi Debebe (Ethiopian National Radio) y con su hijo Jagenma. 3. Wami y yo. 4. Comprando un chándal para Wami.)

La tarde va cayendo sobre la casa de Wami Biratu. El salón ha quedado envuelto en la penumbra y apenas alcanzo a ver ya las fotos en blanco y negro que empapelan las paredes y que hablan de carreras, condecoraciones y anécdotas de los años 50. Wami con el Emperador Haile Selassie I. Wami con Abebe Bikila. Wami bajando de un avión de hélices de la fuerza aérea. Wami con sus once hijos. Wami con su mujer en la década de los sesenta. Wami… Alguien alza la voz y pregunta en inglés: “¿Cómo empezaste a correr?”. Como Wami no habla inglés, su hijo Jagenma se acerca a su oído y grita unas palabras en amárico; supongo que éstas:
- ¡Papá! ¡Papáaaaaaaaaaaa! ¿Cómo empezaste a correr?
- ¿Qué?
- ¡¡Que cómo empezaste a correr!
- ¿A correr? – Repite Wami acercando más su oído a la boca de su hijo Jagenma.
- ¡Sí, a correr!

Wami levanta el dedo índice al estilo de Fidel Castro y un torrente energético y nítido de voz sale de su garganta: “Mi madre trajo unos huevos envueltos en un papel de periódico. Muy pocas veces había visto las páginas de un periódico, pero ahí estaba, impresa en la página, la foto del primer atleta que veía en toda mi vida. Mi madre me dijo que esa foto era la de un atleta y que los atletas iban a los Juegos Olímpicos y que ganaban medallas. Entonces pensé: si puedo correr entre los caballos y las liebres, ¿por qué no voy a poder correr entre las personas?” Wami hace una pausa larga para dotar a su discurso de un efecto impactante y se acerca más al micrófono de Teferi, mi amigo de la Radio Nacional Etíope: “A partir de ese día empecé a ganar carreras y seguiré corriendo hasta el día de mi muerte”.

Wami Biratu, 94 años. Nadie duda de sus capacidades intactas para correr; la muerte es demasiado lenta para alcanzar a este gigantón infatigable. Jagmenna levanta el pantalón de chándal de su padre y nos muestra su pierna derecha envuelta en puro músculo: “mirad qué músculo; 94 años y este músculo”. Wami se apresura a bajarse el pantalón y se enfada con su hijo: “¿Te cree que soy una res, imbécil?”. Alguien vuelve a lanzar otra pregunta: “Wami, ¿cuál es tu corredor favorito? ¿Kenenisa? ¿Tirunesh? ¿Haile?”. Wami esboza una sonrisa y pierde su mirada en el fondo de su minúscula cocina: “el mejor corredor de todos los tiempos soy yo”. Wami atiende pacientemente a nuestra sesión de fotos en su modesto salón. Wami se pone sus medallas para salir en nuestra sesión de fotos. Wami nos abraza y nos dice que la próxima vez le traigamos miel. Su hijo dobla el chándal que el hemos regalado y nos agradece la visita.

Por la mañana había ido a comprar un chándal para Wami Biratu. En la tienda se habían sorprendido de que Wami Biratu siguiera vivo pero, cuando les dije que el chándal era para él, trataron por todos los medios de que el logotipo de la tienda apareciera de algún modo en la foto. No vaya a ser que un día Wami vuelva a ser el rey. Después le he dicho al taxista: “Esta tarde voy a ver a Wami Biratu”. Y él ha clavado sus ojos en mis palabras como si estuviese contemplando de pronto su viva infancia: “¡Sabieri mesgen! (¡Alabado sea Dios!) ¿Ese hombre aún sigue vivo?”

Como dice mi buen amigo Nacho Docavo; subes una enorme cuesta que transcurre paralela a la embajada de Francia. Llegas a un cruce del que nacen tres carreteras. Coges la del centro. Vas encontrándote con transeúntes que deambulan de aquí para allá, que traen leña de la montaña. Todos dicen lo mismo: “¿Wami Biratu? Sigue recto, sigue recto, farenyi!”. “Más, más arriba”. “Más, más allá”. En la cima de su particular Monte Olimpo vive Wami Biratu, en una casa blanca y modesta que tiene un taxi abandonado en el jardín. Los 120 birr que recibe de pensión estatal (10 euros al mes) hacen que Wami dependa de la caridad y del cuidado de sus hijos.

Wami Biratu es el hombre que jamás pudo ir a las olimpiadas. El corredor gafado para las carreras internacionales. El negativo nunca revelado del mítico Abebe Bikila. El día siguiente a mi visita, Asfaw – el taxista con el que suelo recorrer las calles de Addis – me pregunta con una curiosidad infantil y con un tono de voz reverencial: “¿Fuiste ayer a ver a Wami Biratu?”. ¿Bromeas? Pues claro que fui. Wami Biratu es el mejor corredor de todos los tiempos. A ver si os enteráis de una maldita vez. Mientras Abebe Bikila ya se jubiló de este mundo, Wami sigue en la cima de su monte comiendo miel y a veces baja a la ciudad para patearse los siete kilómetros de la carrera que lleva su nombre. Porque, como él mismo dice: “Cuando yo ya había alcanzado la meta y saboreaba mi victoria, Abebe estaba aún a cinco kilómetros, peleándose con el barro.”

lunes, 28 de julio de 2008

Weekend at Memo´s.



Retened bien este nombre porque me temo que aparecerá muchas veces en estas crónicas: el lugar no es otro que el Memo. Esta palabra no denota un insulto sino la pista de baile por excelencia de Addis Abeba, punto de encuentro de profesoras de francés, músicos de folclore tigriña, algunos adinerados, personal de las embajadas, miembros de Naciones Unidas, artistas etíopes, prostitutas y danzantes profesionales. ¿Qué hacemos esta noche? Vamos al Memo´s!

La noche del viernes, sin embargo, comienza en el Club Alise donde Olaf exprime las últimas notas de su saxofón ante dos personas: el Señor Diallo y yo. En la noche del jueves el Club Alise había estado a reventar y yo tuve el placer de conocer a Melaku, el profesor de baile que se va en agosto de gira con The Ex. Pero el concierto de Olaf es un páramo y la verdad es que su grupo de funk – afrobeat – jazz etíope tampoco es tan malo. Resuenan los ecos de Aster Aweke y de Getatchew Mekuria, que también está de gira con The Ex por los Estados Unidos.

El señor Diallo me ha pillado por banda y se ha metido unos cuantos copazos entre pecho y espalda. El Señor Diallo es de Malí, un Sapeur, y trabaja de asesor económico para una organización internacional X (Obviamente “Señor Diallo” es un pseudónimo y la organización tampoco puede mencionarse).
- ¿Ves a ese tío que toca el bajo? Crecí con él… Es el mejor.
- Pero Señor Diallo… El que toca el bajo tiene 30 años menos que usted…
- Da igual, es el mejor bajista de Addis Abeba. ¿A quién conoces tú de éstos?
- A Olaf.
- Ah, el alemán. Zeril es el mejor bajista de Addis Abeba. Fue a Malí y aprendió.
- A mi me gusta Kandja Kouyaté, una cantante maliense. (Kandja Kouyaté – mp3)
- Ni puta idea de quién hablas.
- ¿Salif Këita?
- ¿Estás de broma, hijo? Cuando estudiábamos en París durante los sesenta, Salif Këita sólo quería montarse en mi coche.

El concierto termina pero el Señor Diallo no para de achicharrarme la oreja. Es un tipo escuálido, intelectual y viejo, pero no veáis como raja. Le pregunto a Olaf que dónde van a echar el resto de la noche. “Pues en el Memo´s, hombre”. Me subo en el coche de Zeril con la mujer etíope de Olaf. La cara del Señor Diallo aparece negra al otro lado del cristal de la ventanilla y dice: “Muy bien. Veo que ninguno de vosotros me va a acompañar.” Entonces todas las miradas se dirigen a mí, porque soy en el nuevo, así que me tengo que bajar del coche de Zeril y subirme en el todo terreno del Señor Diallo. Me aprieto el cinturón a más no poder.
- Señor Diallo, vaya trasatlántico que tiene usted.
- ¿Este cacharro? De todos los que tengo, éste es el micromachine, hijo.

Salimos del club Alise y subimos la avenida Bole, en cuyas farolas se enroscan las bombillas de colores que celebran el nuevo milenio etíope. El Señor Diallo va haciendo eses y trata de esquivar a los vagabundos. “¿Ves a ese mutilado?” – el mutilado escapa por poco a la trayectoria del 4X4 – “Pues si lo hubiese atropellado las autoridades dirían que el tipo caminaba demasiado despacio.” Después el señor Diallo me cuenta algunos consejos que dio al presidente de Etiopía y al ministro de Economía y, como no le han hecho caso, el país se está yendo a la mierda.

Entonces, imponente, pleno de vitalidad nocturna, de aparcacoches, de porteros con pajarita, de un glamour diferente, aparece ante nosotros una vez más el Memo Club. La puerta de carruajes se abre para el jeep del Señor Diallo. “Hace cinco años que no vengo. Si no se acuerdan de mí, se acordarán de mi coche”. Un portero se acerca a la ventanilla y al mirar al interior del vehículo se sobresalta: “¡Señor Diallo! ¡Señor Diallo! ¡Usted fundó este club!”. El resto de los porteros se apresuran a hacer hueco para el coche del Señor Diallo en el patio del Memo´s. Adelantamos a dos farenyi (de foreigner – blancos, extranjeros) que entran a pie en el recinto tratando de no hundir sus piernas en el barro. ¡Joder, si son Rodrigo y Santigo! En la mano llevan ya preparados los billetes de 10 birr para pagar la entrada. ¡Principiantes! Yo paso junto al Señor Diallo y dejamos atrás la cola y la taquilla y nos disolvemos entre la multitud danzante.

Después llegan Olaf, Zeril y sus mujeres y pedimos unos tibs (carne) con injera (tortilla de cereal) en el restaurante de la terraza del Memo´s. Y pienso: “Quizá la música de Olaf y de Zeril, sus tonos oscuros, densos y cálidos, sirvan para dar potencia a las imágenes de los desgarbados corredores etíopes”. Y el documental va tomando forma con este pensamiento y pasan las horas en la terraza del Memo´s, mientras diluvia y sale vaho de las bocas, y al día siguiente me lanzo a la búsqueda de los discos míticos de Getatchew Mekuria, Aster Aweke, e incluso Teddy Afro.

lunes, 21 de julio de 2008

No light! No Phone! Ragamufis!





(Las dos primeras fotos están hechas en el Hotel Taitu y las dos últimas son de mi Kebele y de mi Wareda)



Apenas hace dos semanas que aterricé en el magnífico aeropuerto de Bole - Addis Abeba y no pueden haber sucedido más cosas. Vivo en Bole Atlas, un pequeño barrio residencial detrás del hotel Atlas. Allí vive también un tío con un 4X4 de la ONU, que cada vez que abro la valla de mi parcela está yéndose o viniendo. El maldito 4X4 de la ONU siempre circula por la calle de mi Wareda. El sábado me despierto a la hora de comer y resulta que no hay luz. Salgo de casa, saludo al de la ONU que llega en su jeep y me voy a tomar unos spaghetti al Addis Live, un garito baratísimo a cinco minutos caminando en el que ponen rap y funky etíope. Cuando regreso a mi kebele, la penumbra lo invade todo. ¿Leer? Imposible. ¿Ver la tele? Imposible (aunque tuviese luz, estar más de 2 minutos viendo el único canal de la ETV es como estar contando ranas en la alberca de tu finca). Llamo a mi colega Rodrigo, al que conocí el jueves en la mansión de la embajadora. Fukkk! El teléfono no funciona sin luz. Me siento en el sofá a oscuras. ¿Qué coño puedo hacer? Salgo al jardín y me encuentro con mi casera.
- Salem! No light!! No phone!
- Phone works only with light.
- Fukk.

Aregash, mi casera, me presta su móvil y llamo a Rodrigo. Dos horas más tarde estamos moviendo el esqueleto con unos ragamufis en el Harlem Jazz. Conozco a Clio – la italiana que hace documentales –, a Emilio – que no sé si es italiano o gallego – y a las amigas etíopes de Emilio – una etíope yankee y otra que trabaja para los ingleses en la embajada. No puedo recordar sus nombres. ¡Ah! También conozco a una perroflauta italiana que está montando un circo con niños de la calle que mascan Chatt.
- Oye, Clio, estos cabrones están tocando la vida entera de Bob Marley; due hori en l´scenario!!

Me compro unas cerillas que no funcionan. El domingo recorro doce supermercados en busca de una escoba con recogedor. Encuentro fregonas pero no cubos. En el camino de vuelta a mi kebele compro unas flores para Aregash, por prestarme el móvil. Entro en su pequeña casa al final de mi jardín y le doy las flores.
- Aregash, Aregash! This is for you! Thank you for the phone call!

Aregash me mira perpleja y ni se inmuta. Aparece su hija en el cerco de la puerta y recogiendo las flores dice: “eshi, eshi (OK)”. Y se ríe mucho:
- Miguel, this is NOT Aregash, this is my aunt. NOT Aregash.

Mierda, soy un puto paleto. Por la noche, cuando Aregash regresa a casa me llama para agradecerme el detalle de las flores. El domingo sí que hay luz. Leo unas biografías sobre corredoras etíopes que ha editado el FNUAP de la ONU. Por cierto, no os fiéis mucho de la gente de la ONU; algunos de ellos toman demasiadas cervezas con niñas…
Vamos a empezar a trabajar en el atletismo etíope. A Cruz, la directora de la Oficina de Cooperación Española, le encanta la idea. Cruz es una tía de puta madre. De todos los majos que me he encontrado por aquí, ella sí que es la mejor.

martes, 1 de julio de 2008

Let´s Start! El libro inclasificable de Su Cuerpo Hizo Crack.

Hace poco más de un año me encontré con el escritor
Nacho Docavo Alberti en un tren de Cercanías dirección Madrid. Estábamos a punto de terminar la post producción de nuestra película “Carbón Elvis” y unos meses antes habíamos convencido a Nacho para que hiciese el papel de Su Cuerpo Hizo Crack. Por eso me acerqué a él y le dije:
- ¡Joder! Su Cuerpo Hizo Crack, ¿qué demonios haces aquí en el tren?
- Voy a la editorial para entregar un libro que he escrito sobre la historia del atletismo etíope.
- ¡Ostras! Tenía entendido que habías estado tres o cuatro meses buscándote la vida por Murcia.
- Qué va, he estado unos meses en Etiopía, comentando la jugada con los mejores atletas de la historia del mundo. Podríais hacer una película sobre ellos o algo así, ¿no?
- ¿Son buenos esos atletas que dices?
- Corren más que Dios.

Al día siguiente Nacho Docavo me pasó su historia de los corredores por mail. Comencé a oír a hablar de mujeres supersónicas: Fatuma Roba, Tirunesh Dibaba o Meseret Defar, y de las increíbles biografías de Abebe Bikila, Wami Biratu, Mamo Wolde, Miruts Yifter, Haile Gebraselassie o Kenenisa Bekele. Hay algunos libros cuya lectura te transporta a parajes inhóspitos y rincones que ni siquiera sospechaste que tenías en el espacio virtual de tu mente. Otros libros dejan de lado las manipulaciones psicotrópicas y te despiertan el ansia de un viaje físico. Éste libro que veis en la foto es de la segunda clase – la clase superior – porque no hay mejor obra de arte que aquélla que contagia la energía y la potencia necesarias para emprender un nuevo proyecto vital.
¿De dónde surge, pues, la idea de realizar un documental sobre la asombrosa historia del atletismo etíope? De este libro de Nacho Docavo y de su correspondencia con la Etiopía de carne y hueso. Si algún día os leéis el libro y os entran ganas de hacer una película, empezad por pagadle una pasta a Nacho y luego ya veremos qué pasa.